Llevamos impreso en la mente y en el corazón, que estamos destinadas a glorificar a Dios en el servicio a los niños y a los pobres: ¡Dios nos llama para ser instrumento de su Providencia, testimonio de su Misericordia y signo de esperanza!

Atendemos con predilección a los pequeños y los pobres, o sea, el fragmento más débil de la sociedad: los niños, los adolescentes, los jóvenes… aquellos que están indefensos frente a los peligros de un mundo que busca ilusionarlos con falsos valores, poniendo en sus corazones sólo tristeza.

“Quien acoge, aunque sólo sea a uno de estos niños en mi nombre, me acoge a mí… Tened cuidado de no despreciar ni a uno solo de estos pequeños” (Mt 18,5. 10).

Mediante nuestra actividad formadora continuamos a través del tiempo el comportamento de Jesús que acoge a los niños: nos ponemos al servicio de la felicidad de los hermanos, para hacer resurgir en cada uno de ellos el rostro del hijo de Dios.

Asumimos el amor y las alegrías, las fatigas y los dolores de auténticas madres. Nos dirigimos al otro y acogemos los interrogantes más profundos de su corazón. Respetamos y valoramos la dignidad de cada persona; deseamos su plena realización según el proyecto de Dios. En la relación educativa unimos firmeza y dulzura, expresando así la pasión por el crecimiento de las jóvenes generaciones.

Caminamos con simplicidad y alegría, siempre CON ESPERANZA, para formar la gran familia de los hijos de Dios.